Pocos días antes del final, Jesús entró en la ciudad de Jerusalén en medio de las alabanzas y de la popularidad de la gente. Se le llama "la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén". Ese día se cumplieron notables profecías, y Jesús demostraba su carácter humilde y pacífico de su futuro Reino al entrar en un asno, a diferencia de los reyes y emperadores políticos que entraban en hermosos corceles, y acompañados de tropas militares.
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No obstante, los apóstoles estaban familiariados con las profecías judías, y su corazón sin duda vibró de alegría en esa fiesta y al ver como Cristo entraba siendo recibido como Rey. Sabían que esa era la señal. Jesús era el rey prometido y pronto sería coronado rey (pensaban). Se imaginaron sentados en Jerusalén, en 12 tronos, mientras el Maestro expulsaba con su poder y voz a los ejércitos de los molestos romanos. Su Maestro iba a tomar el poder ese día. La gente lo apoyaba, todo era felicidad. Parecía un triunfo. Incluso, al ver a Cristo echando a los vendedores del Templo, su éxtasis llegó a los cielos, estaban listos para la orden del Maestro de tomar Jerusalén y establecer la felicidad en la Tierra. ¡Qué día más gozoso y feliz!
Jesús no decidió efectuar esta entrada pública en Jerusalén como un último intento por hacerse con el favor popular, ni como una tentativa final para obtener el poder. Tampoco lo hizo del todo para satisfacer los anhelos humanos de sus discípulos y apóstoles. Jesús no albergaba ninguna de las ilusiones de sus apóstoles; sabía muy bien cuál iba a ser el desenlace de esta visita. Se los había dicho, pero ellos no lo asimilaban, y no querían hacerlo. Entonces Cristo dejó que las profecías tomarán su propio camino.
Después de ese día alborotado de felicidad, y cuando Jesús efectivamente no tomó el poder real, mientras avanzaba la tarde y las multitudes iban en busca de alimento, Jesús y sus seguidores inmediatos se quedaron solos. ¡Qué día tan extraño había sido! Los apóstoles estaban pensativos, pero mudos. En todos sus años de asociación con Jesús, nunca habían visto un día como éste. Estuvieron tan cerca y tan lejos...
Jesús caminó delante de los apóstoles de regreso a Betania. No se dijo ni una palabra hasta que se separaron después de llegar a la casa de Simón en Betania. Nunca hubo doce seres humanos que experimentaran unas emociones tan diversas e inexplicables como las que surgían ahora en la mente y en el alma de estos embajadores del reino. Estos robustos galileos estaban confusos y desconcertados; no sabían qué esperar inmediatamente después; estaban demasiado sorprendidos como para sentirse muy asustados. Algunos estaban muy decepcionados. No sabían nada de los planes del Maestro para el día siguiente, y no hicieron ninguna pregunta. Se fueron a sus alojamientos, aunque no durmieron mucho. La reacción a la espectacular procesión hacia la ciudad fue desastrosa para Simón Pedro; cuando llegó la noche, estaba pensativo y con una tristeza indecible.
Pedro y algunos se imaginaban las cosas maravillosas que se harían en Jerusalén los próximos días, y en esto tenía razón, pero Simón soñaba con el establecimiento de la nueva soberanía nacional de los judíos, con Jesús sentado en el trono de David. Simón veía a los nacionalistas entrar en acción en cuanto se anunciara el reino, y se veía a sí mismo al mando supremo de las fuerzas militares, en vías de congregarse, del nuevo reino. Durante la entrada triunfal, llegó incluso a imaginar que el sanedrín y todos sus partidarios estarían muertos antes de que se pusiera el sol aquel día, veía a los fariseos inclinados a sus pies. Creía realmente que algo extraordinario iba a suceder. Era el hombre más ruidoso y feliz de toda la multitud. Pero a las cinco de la tarde, era un apóstol silencioso, abatido y desilusionado. Nunca se recuperó por completo de la depresión que se apoderó de él a consecuencia de la conmoción de este día; al menos, no hasta mucho tiempo después de la resurrección del Maestro.
Ese día fué puesta a prueba la fe de los apóstoles en Jesús. Ese día sería clave para saber si aguntarían lo que estaba a punto de venir. Desde ese día, ante la decepción, se fraguó en Judas Iscariote concretar la traición. En el fondo Judas creía que Jesús era un soñador, alguien que los había hecho perder tres años valiosos de sus vidas por un sueño irreal. En Judas se sumaba ahora este miedo mortal al ridículo, al fracaso del soñador carpintero de Nazaret, y tuvo este sentimiento terrible y espantoso de sentir vergüenza de su Maestro y de sus compañeros apóstoles. En su corazón, este apóstol del reino ya era un desertor; sólo le quedaba encontrar una excusa plausible para romper abiertamente con el Maestro y traicionarlo.
¡Qué conmoción en los corazones de los apóstoles en un solo día!
Y llegó el día de la prueba final. El Cristo que fue aclamado como Rey, a los pocos días fue juzgado y ejecutado como un criminal maldito. ¡Su misión desde la óptica humana había sido un fracaso! Durante esos tres días de la muerte de Jesús, sus apóstoles se escondieron por temor ¡Era terrible lo que sucedió! A excepción de Judas, solo su amor por Jesús los salvó de abandonar, a pesar de que no entendían nada. Pero, ¿acaso Jesús no los había preparado? ¿Acaso no tenía que cumplirse la Escritura? Solo querían mirar los pasajes del Cristo glorioso, pero olvidaban los relatos de la humillación y prueba final del Mesías.
Hoy, la congregación mundial, el Cuerpo de Cristo sufrirá en carne propia lo que pasó con Jesús. "Si a mi me han perseguido, también a ustedes", nos dijo. Por tres años (tres días), los cristianos serán "muertos" figurativamente. Y parece increíble que ésto pudiera suceder.
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¿Acaso no tenemos la bendición de Dios? ¿Acaso no demuestra el crecimiento, la construcción de salones, sucursales y la celebración de fiestas espirituales, que Jehová Bendice a su pueblo? ¿Acaso no se han abierto las puertas para predicar en muchos países? ¿Acaso no vemos la señal triunfal de la obra de predicar? ¿Por qué habría de humillar Dios a su pueblo? ¿Quienes se creen que son al decir éstas cosas?
Por que las profecías tienen que cumplirse. Y al igual que los apóstoles, la fe será probada. En el momento de mayor éxito y expansión, en ésta etapa triunfal de la predicación, su fe será probada. Y tendrá que enfrentarse a la decepción. Las entidades legales serán cerradas. Se tendrá que identificar con una religión llamada criminal. ¿Tendrá valor?
La vida me ha enseñado que las decepciones son la mejor escuela de sabiduría. Éstas nos enseñan, tal como decía un comentario, a confiar solo en Jehová. Las decepciones y aparentes fracasos deben hacernos fuertes, a evitar las deserciones como Judas, y a confiar en Dios, aunque todo se venga abajo. Jesús quizo en el día de su entrada triunfal, preparar a sus apóstoles para la gran decepción de sus vidas, la cual se transformaría en su mejor oportunidad. Quizás usted sea de los pocos que sepan ésta verdad: El Juicio viene primero sobre la Casa de Dios. En los días de confusión, usted ayude a sus hermanos. El saber éstas cosas nos prepara y debe hacernos más fuertes.
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Un abrazo.