"ENTONCES el diablo le pasa a la santa ciudad, y le pone sobre las almenas del templo, y le dice: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; que escrito está:
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Asus ángeles mandará por ti, y te alzarán en las manos, para que nunca tropieces con tu pie en piedra."
Satanás supone ahora que ha hecho frente a Jesús en su propio terreno. El astuto enemigo le presenta palabras procedentes de la boca de Dios. Se da todavía por un ángel de luz y evidencia conocer las Escrituras y comprender su significado. Como Jesús empleó antes la Palabra de Dios para sostener su fe, el tentador la usa ahora para apoyar su engaño. Pretende haber estado tan sólo probando la fidelidad de Jesús, y elogia su firmeza. Como el Salvador había manifestado confianza en Dios, Satanás le insta a dar otra prueba de su fe.
Pero otra vez la tentación va precedida de la insinuación de desconfianza: "Si eres Hijo de Dios." Cristo se sintió inclinado a contestar al "si;" pero se abstuvo de la menor aceptación de la duda; No podía hacer peligrar su vida a fin de dar pruebas a Satanás.
El tentador pensaba aprovechar de la humanidad de Cristo e incitarle a la presunción. Pero aunque Satanás puede instar, no puede obligar a pecar. Dijo, pues, a Jesús: "Échate abajo," sabiendo que no podía arrojarle, porque Dios se interpondría para librarle. Ni podía Satanás obligar a Jesús a arrojarse. A menos que Cristo cediese a la tentación, no podía ser vencido. Ni aun todo el poder de la tierra o de la oscuridad podía obligarle a apartarse en un ápice de la voluntad de su Padre.
Satanás sin duda quería presentar a Cristo una senda más fácil. Él insinuó que si él se arrojaba del almenaje del Templo y levitaba por los aires con la ayuda de los ángeles, los judíos se convencerían rapidamente de su misión. En vez de aparecer como un maestro humilde de Galilea, el diablo sugería una forma más espectacular y llamativa.
Sin embargo, el tentador no puede nunca obligarnos a hacer lo malo. No puede dominar nuestra mente, a menos que la entreguemos a su dirección. La voluntad debe consentir y la fe abandonar su confianza en Cristo, antes que Satanás pueda ejercer su poder sobre nosotros. Pero todo deseo pecaminoso que acariciamos le da un punto de apoyo. Todo detalle en que dejamos de alcanzar la norma divina es una puerta abierta por la cual él puede entrar para tentarnos y destruirnos. Y todo fracaso o derrota de nuestra parte le da ocasión de vituperar a Cristo.
Cuando Satanás citó la promesa: "A sus ángeles mandará por ti," omitió las palabras de la Biblia: "que te guarden en todos tus caminos;"* es decir, en todos los caminos que Dios haya elegido. Jesús se negó a salir de la senda de la obediencia. Aunque manifestaba perfecta confianza en su Padre, no quería colocarse, sin que le fuera ordenado, en una posición que justificase la intervención de su Padre para salvarle de la muerte. No quería obligar a la Providencia a acudir en su auxilio, y dejar de dar al hombre un ejemplo de confianza y sumisión.
*Nota: Satanás cito del Salmo 91:11,12
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Jesús declaró a Satanás: "Escrito está además: No pondrás a prueba a Jehová tu Dios." Estas palabras fueron dirigidas por Moisés a los hijos de Israel cuando tenían sed en el desierto, y exigieron que Moisés les diese agua, exclamando: "¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?' (Éxodo 17:7) Dios había obrado maravillosamente en favor suyo; sin embargo, al verse en dificultades, dudaron de él, y exigieron pruebas de que estaba con ellos. En su incredulidad, trataron de probarle. Satanás instaba a Cristo a hacer lo mismo. Dios había testificado ya de que Jesús era su Hijo; y ahora pedir pruebas de que era el Hijo de Dios era dudar de la Palabra de Dios, era tentarle. Y se podía hacer lo mismo al pedir lo que Dios no había prometido. Era manifestar desconfianza; en realidad, tentarle. No debemos presentar nuestras peticiones a Dios para probar si cumplirá su palabra, sino porque él la cumplirá; no para probar que nos ama, sino porque él nos ama. "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan." (Hebreos 11:6)
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Pero la fe no va en ningún sentido unida a la presunción. Sólo el que tenga verdadera fe se halla seguro contra la presunción. Porque la presunción es la falsificación satánica de la fe. La fe se aferra a las promesas de Dios, y produce la obediencia. La presunción también se aferra a las promesas, pero las usa como Satanás, para disculpar la transgresión. La fe habría inducido a nuestros primeros padres a confiar en el amor de Dios, y a obedecer sus mandamientos. La presunción los indujo a transgredir su ley, creyendo que su gran amor los salvaría de las consecuencias de su pecado. No es fe lo que reclama el favor del Cielo sin cumplir las condiciones bajo las cuales se concede una merced. La fe verdadera tiene su fundamento en las promesas y provisiones de las Escrituras.
Notemos como a Adán y Eva el diablo bajo otro disfraz los indujo a la presunción: “Positivamente no morirán. Porque Dios sabe que en el mismo día que coman de él tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”.
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De la misma forma como a Adán y Eva el enemigo los indujo a un acto suicida basado en la presunción y no en la fe, él deseaba derrotar de la misma forma a Cristo al inducirlo a lanzarse por los aires bajo el mismo "no morirás".
Muchas veces, cuando Satanás no logra excitar la desconfianza, nos induce a la presunción. Si puede hacernos entrar innecesariamente en el camino de la tentación, sabe que la victoria es suya. Dios guardará a todos los que anden en la senda de la obediencia; pero el apartarse de ella es aventurarse en terreno de Satanás. Allí, lo seguro es que caeremos. El Salvador nos ha ordenado: "Velad y orad, para que no entréis en tentación." (Marcos 14:38) La meditación y la oración nos impedirían precipitarnos, sin orden alguna, al peligro, y así nos ahorraríamos muchas derrotas.
Ésto ocurre cuando decimos: "no nos ocurrirá nada", creyendo que de alguna forma no nos acontencerá nada malo, o pensando que Dios nos rescatará de la situación peligrosa (ya sea ésta moral, espiritual, o física).
Sin embargo, no deberíamos desanimarnos cuando nos asalta la tentación. Muchas veces, al encontrarnos en situación penosa, dudamos de que el Espíritu de Dios nos haya estado guiando. Pero fue la dirección del Espíritu la que llevó a Jesús al desierto (Lucas 4:1). Cuando Dios permite una prueba, tiene un fin que lograr para nuestro bien. Jesús no confió presuntuosamente en las promesas de Dios yendo a la tentación sin recibir la orden, ni se entregó a la desesperación cuando la tentación le sobrevino. Ni debemos hacerlo nosotros. "Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar." El dice: "Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo. E invócame en el día de la angustia: te libraré, y tú me honrarás." (1 Corintios 10:13, Salmos 50:14,15)