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Por Juande Portillo - Madrid - 19/03/2011
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Las consecuencias socioeconómicas del terrible terremoto que sufrió Japón hace una semana amenazan con prolongar su impacto y la distancia que alcanzan más allá de las réplicas sísmicas. Sus efectos rebasarán al país del sol naciente, que tendrá que asumir la reconstrucción de buena parte de sus infraestructuras, y afrontar una suerte de reinvención. La secuela es que sus potentes inversiones externas se replegarán fronteras adentro, en detrimento de los destinos occidentales de referencia y de las economías asiáticas que rodean el archipiélago nipón. Por no hablar de que el pánico nuclear desatado por la fuga radiactiva de la central de Fukushima ha llevado al mundo a replantearse su suministro energético, y a valorar un futuro carente de uranio.
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Solo el impacto del temblor y del tsunami que le sucedió han provocado pérdidas que Goldman Sachs estima en unos 16 trillones de yenes (unos 144.000 millones de euros). Diversos analistas internacionales cifran el golpe en el 3% del PIB. Un duro impacto para una economía que acaba de ser desbancada por China hasta el tercer puesto del pódium de los gigantes mundiales que lidera EE UU. Una hecatombe que se suma a la recesión internacional dentro de una nación que llevaba ya años inmersa en su propia crisis. El primer ministro nipón ha afirmado que Japón afronta su peor momento desde que las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki pusieran fin a la II Guerra Mundial.
"Es pronto para calibrar todos los daños, hay zonas a las que no se ha podido acceder aún. El número de muertos que por el momento se cifra sobre los 6.500 podría aumentar, hay unos 10.000 desaparecidos", exponen desde la embajada de Japón en España. En cualquier caso, el desastre supera con creces el último referente sísmico, el gran terremoto de Kobe de 1995. La zona más afectada esta vez se focaliza en el este de la isla principal, sobre las regiones de Iwate, Miyagi, Fukushima e Ibaraki. Este sector genera entre el 6% y el 7% de la riqueza del país, engloba al 6,8% de la población (unos 126 millones de personas en total), un 7,2% de las inversiones empresariales, el 6,2% de las viviendas y el 6,5% de las residencias aseguradas, según los datos recogidos por Barclays Capital. No obstante, el sector industrial ha resultado menos afectado que hace 16 años, según Nomura, que destaca la agricultura, la minería, la alimentación, la cerámica, la metalurgia, la energía y la electrónica como los negocios que más están sufriendo el impacto del terremoto. En el de 1995, el sector secundario quedó más tocado. El periodo de recuperación duró cinco años, según Goldman Sachs, que espera un plazo de recuperación similar ahora.
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Uno de los grandes riesgos que supone el desplome del país estriba en que ciudadanos e instituciones repatríen sus ingentes inversiones en el extranjero. Algo que, a menor escala, estaba ocurriendo ya como es habitual en el cierre del año fiscal. El retorno de capitales sería más cuantioso en "los mercados desarrollados, principal destino de los inversores japoneses", exponen desde Analistas Financieros Internacionales (AFI). La salida de fondos podría resultar más dolorosa, sin embargo, para las economías periféricas. "Filipinas, Tailandia y Taiwán son los principales perceptores" de estos flujos, si bien, los recursos nipones resultan más imprescindibles para Indonesia o Malasia dado que financian "proyectos de infraestructuras clave para el crecimiento a medio y largo plazo", expone AFI. Su informe, Implicaciones de la crisis de Japón sobre Asia emergente, constata que un golpe adicional será la caída de las importaciones en Japón, el gran comprador para Asia Oriental. Sin embargo, sostienen que el efecto será menor que en 1995, dado que si entonces Japón compraba el 15% de lo que sus vecinos vendían fuera, ahora este flujo solo representa el 8%.
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La llegada masiva de capital a Japón con el objetivo de reconstruir el país tendrá un segundo efecto. El cambio a yenes de los fondos repartidos por el planeta no hará sino fortalecer una moneda que ya ha batido su marca histórica, llegando a los 76,25 yenes por dólar, frente a los 83 de principios de año. "Las autoridades japonesas son bastante proclives a defender el sector exportador japonés que genera entre un 15% y un 20% de su PIB, el gran afectado ante una fuerte apreciación", argumenta Daniel López Argumedo, experto en divisas de Finagentes. De hecho, el Banco Central de Japón ha efectuado durante esta semana la mayor inyección de liquidez de su historia, más de 330.000 millones de euros. Es decir, que en cinco sesiones Japón ha cubierto más de la mitad del ambicioso plan que la Reserva Federal está desarrollando durante meses para paliar la crisis financiera internacional, con unos 425.000 millones de dólares. Un hecho a tener en cuenta, dado que, aunque a Washington le conviene que el dólar se mantenga débil contra el yen, el G-7 intervino el viernes por primera vez en una década para ayudar a contener la moneda nipona. El viernes, el cambio volvió a los 81 yenes por billete verde.
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La jugada del Banco de Japón logró contener el jueves las cuantiosas pérdidas que el seísmo venía provocando en los parqués del planeta. Con todo, los grandes índices mundiales han cerrado la semana en negativo, encabezados por el Nikkei, que se ha dejado un 10,22%. El Ibex, a su vez, ha cedido un 0,67%, y el Euro Stoxx un 3,16%. Tampoco Wall Street se ha librado de los números rojos. Semejante descalabro, sumado a la factura internacional que traerá el colapso en el lejano oriente, generará nuevas y "mayores amenazas" para la recuperación económica. Así lo destacó el viernes el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, que podría posponer la subida tipos -hoy en el 1%- que tenía prevista, hasta que pase la tormenta. Una tempestad que se centra ahora en el panorama energético.
El seísmo primero, y el tsunami después, dañaron varias de las centrales nucleares del país. La situación más crítica está focalizada en el complejo de Fukushima, donde varios reactores han sufrido explosiones, liberando radiación. De partida, la crisis atómica ha obligado a Japón a paralizar 11 de sus 54 centrales, y a plantearse el cierre de una fuente de energía que proporciona el 29% de su alimentación. Todo, en un momento en el que la catástrofe ya había echado abajo buena parte del tendido eléctrico. El gigante eléctrico nipón Tokyo Electric Power (Tepco) calcula que el suministro del país ha quedado mermado en un 25% por debajo de la demanda. Las pérdidas para la industria equivalen a un 0,3% del PIB, según las estimaciones de Nomura. Los cortes de luz han superado las zonas rurales y afectan ya intermitentemente a los 13 millones de habitantes que residen en Tokio.
La situación ha impedido devolver la alimentación a la central de Fukushima, lo que facilitaría enfriar los núcleos dañados. El fantasma de una catástrofe radioactiva mantiene al país en vilo. El resto del mundo también contiene la respiración mientras contempla la crisis nuclear con un ojo, y con el otro mira a sus propias centrales.
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"El apocalipsis que vive Japón", en palabras del comisario de Energía de la UE, Günther Oettinger, ha empujado a Europa ha repensar si el uranio debe seguir formando parte de su vida diaria. El sector de las energías renovables se dibuja como el pescador más afortunado de este río revuelto. "Puede ser cosa del momento", admite Natalia Aguirre, de Renta 4, pero en su opinión, la industria nuclear saldrá perdiendo, sea por el encarecimiento que implicaría elevar las medidas de seguridad de las centrales, o porque comiencen a quedarse fuera del mix energético de las grandes potencias.
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Por el momento, sin embargo, la realidad es que el viento y el sol aún no pueden competir con el petróleo. Este ha vuelto a precios de 2008 en las últimas semanas. El viernes se moderaba, eso sí, a 113,93 dólares el barril de Brent ante la expectativa de que la intervención militar de la ONU en Libia devuelva la paz al país productor. Aun así, a la amenaza de que las protestas populares terminen por extenderse a los grandes productores de Oriente Medio, se le suma ahora la posibilidad de que comience un largo invierno para la industria nuclear. - Cinco Días