martes, 6 de septiembre de 2011

La Fe de Jesús de Nazaret

Jesús poseía una fe sublime y incondicionada en Dios. Él experimentó los estados de ánimo buenos y malos, típicos de la existencia mortal, pero, en el sentido de su adoración, no dudó nunca de la certeza de la vigilancia amorosa (cuidado) y la guía de Dios. Su fe fue la consecuencia de la visión interna, nacida de la actividad de su Conciencia espiritual interior. Su fe no fue ni tradicional ni meramente intelectual. Fue totalmente personal y puramente espiritual.

El Jesús humano vio a Dios como Santo, justo y grande, así como también verdadero, bello y bueno. Todos estos atributos de la divinidad él enfocó en su mente como «la voluntad del Padre en el cielo». El Dios de Jesús era al mismo tiempo Jehová «el Santo de Israel» y «el Padre vivo y amante en el cielo». El concepto de Dios como Padre no fue original de Jesús, sino que él exaltó y elevó la idea a una experiencia sublime al lograr una nueva revelación de Dios y al proclamar que toda criatura mortal es niño de este Padre del amor, es hijo de Dios.

"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" - Juan 1:12

Jesús no se aferró a la fe en Dios así como lo haría un alma en guerra con el universo y en lucha de muerte con un mundo hostil y pecaminoso; no recurrió a la fe como simple consuelo cuando estaba plagado de dificultades ni como alivio cuando lo amenazaba la desesperanza; su fe no fue tan sólo una compensación ilusoria de las realidades desagradables y de las congojas del vivir. Su Fe fué mucho más que eso. Asi nosotros debemos actuar. Debemos dejar la sensación de "lucha" como si fuésemos víctimas del universo. En realidad, el universo está de nuestra parte. Cada día el Sol, los alimentos y el aire, son nuestros aliados. El Padre ha dispuesto una cantidad de recursos infinitos para ayudarnos en la vida. Asi, nuestra sensación de lucha se transforma en una confianza total en las manos del Todopoderoso. Si él puede sostener los mundos y galaxias, ¿no podrá acaso sostener nuestras vidas?

Al enfrentarse con todas las dificultades naturales y las contradicciones temporales de la existencia mortal, Jesús experimentó la tranquilidad de la confianza suprema y indiscutida en Dios y sintió la tremenda emoción de vivir, por la fe, en la presencia misma del Padre celestial. Esta fe triunfante fue una experiencia viva de real alcance espiritual. La gran contribución de Jesús a los valores de la experiencia humana no fue que revelara tantas nuevas ideas sobre el Padre en el cielo, sino más bien que tan magnífica y humanamente demostró un nuevo y más alto tipo de fe viva en Dios. Nunca en todos los mundos de este universo, en la vida de cualquier mortal, vino Dios a ser tal realidad viva como en la experiencia humana de Jesús de Nazaret. ¡Nunca nadie hizo de Dios una experiencia tan REAL !

Eso era lo que transmitía Jesús. Qué el Padre era una REALIDAD VIVA que te cubre y protege a cada instante, en cada momento. El nos anima a "descansar" en las manos de un Padre que nos ama, dirige y sostiene.

 La teología puede fijar, formular, definir y dogmatizar la fe, pero en la vida humana de Jesús la fe fue personal, viva, original, espontánea y puramente espiritual. Esta fe no fue reverencia por la tradición ni una mera creencia intelectual que él sostenía como un credo sagrado, sino más bien una experiencia sublime y una convicción profunda que lo sostenía firmemente. Su fe fue tan real y tan completa que eliminó en forma absoluta toda duda espiritual y destruyó en forma efectiva todo deseo contradictorio. Nada pudo arrancarlo del ancla espiritual de esta fe ferviente, sublime y impávida. Aun frente a la derrota aparente o en las garras del desencanto y de la desesperación amenazante, permaneció calmo en la presencia divina, libre de miedos sin control y plenamente consciente de su invencibilidad espiritual. Jesús disfrutó de la certeza vigorizadora de poseer una fe sin incertidumbres descontroladas, y en cada una de las difíciles situaciones de la vida, infaliblemente exhibió una lealtad inamovible a la voluntad del Padre. Esta fe estupenda permaneció impávida aun frente a la amenaza cruel y sobrecogedora de una muerte ignominiosa. Claramente padeció la angustia, pero nos enseñó que se puede vencer con una Fe triunfante: ¡Cobren Ánimo!, nos declara el Salvador.

En un genio religioso, muchas veces una poderosa fe espiritual lleva directamente al fanatismo desastroso, a la exageración del ego religioso, pero esto no le ocurrió a Jesús. No hubo influencias negativas de su extraordinaria fe y alcance espiritual en su vida práctica, porque esta exaltación espiritual era una expresión totalmente inconsciente y espontánea del alma de su experiencia personal con Dios.

La fe espiritual indomable y apasionada de Jesús no rayó jamás en el fanatismo porque su fe no llegó nunca a afectar su juicio intelectual equilibrado en cuanto a los valores proporcionales de las situaciones sociales, económicas y prácticas morales corrientes de la vida. El Hijo del Hombre era una personalidad humana espléndidamente unificada; era un ser divino de dones perfectos; también era magníficamente coordinado como ser humano y divino combinados, funcionando en la tierra como una sola personalidad. Siempre coordinó el Maestro la fe del alma con el juicio de la sabiduría de la experiencia. La fe personal, la esperanza espiritual y la devoción moral siempre estuvieron correlacionadas en una unidad religiosa incomparable de asociación armoniosa con una realización sagaz de la realidad y santidad de todas las lealtades humanas —honor personal, amor familiar, obligación religiosa, deber social y necesidad económica.
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La fe de Jesús visualizaba todos los valores espirituales como se encuentran en el reino de Dios; por lo tanto dijo: «Buscad primero el reino». Jesús vio en la desarrollada e ideal comunidad del reino, el logro y la satisfacción de la «voluntad de Dios». El corazón mismo de la oración que enseñó a sus discípulos fue «venga tu reino; hágase voluntad tuya». Habiendo así concebido que el reino comprendía la voluntad de Dios, se dedicó a la causa de su realización con extraordinario autoolvido y entusiasmo sin límites. Pero en su extensa misión y a lo largo de su vida extraordinaria no se asomó nunca la furia del fanático ni la frivolidad del egocéntrico religioso.
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La vida entera del Maestro estuvo constantemente condicionada por su fe viva, su experiencia religiosa sublime. Esta actitud espiritual dominó totalmente sus pensamientos y sentimientos, su creencia y su oración, su enseñanza y su predicación. Esta fe personal de un hijo en la certeza y seguridad de la guía y protección del Padre celestial impartió una profunda dote de realidad espiritual a su vida singular. Sin embargo, a pesar de la muy profunda conciencia de relación estrecha con la divinidad, este galileo, este Galileo de Dios, cuando se le apeló "Buen Instuctor", replicó instantáneamente: «¿Por qué me llamáis bueno?» Cuando nos enfrentamos con un autoolvido tan esplendoroso comenzamos a comprender cómo el Padre Universal pudo tan plenamente manifestarse a él y revelarse a través de él a los mortales del universo.