jueves, 18 de junio de 2009

Reflexiones: ¿Sufre usted del Síndrome de Estocolmo?



Los seres humanos somos creaciones maravillosas, reflejos del amor de Dios y seres con una capacidad de adaptación tremenda. Podemos aguantar hasta las más difíciles situaciones, y nuestro cerebro se sabrá adaptar. Lamentablemente, las fuerzas sobre humanas que han diseñado y gobiernan esta civilización, han abusado con crueldad y frialdad de la capacidad de aguante de los seres humanos.
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El síndrome de Estocolmo es una respuesta psicológica en el que la víctima del secuestro, o persona detenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus fines o evadir a la policía. Hay casos increíbles, como las rehenes colombianas liberadas recientemente. El nombre viene de un caso celebre. En Estocolmo, Suecia se produjo un robo en el banco Kreditbanken. Los delincuentes debieron mantener como rehenes a los ocupantes de la institución durante 6 días. Al entregarse los captores, las cámaras periodísticas captaron el momento en que una de las víctimas besaba a uno de los captores. Y, además, los secuestrados defendieron a los delincuentes y se negaron a colaborar en el proceso legal posterior. Los psiquiatras mencionan posibles causas para tal comportamiento:
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1 -Los rehenes tratan de protegerse, en el contexto de situaciones incontrolables, en las cuales tratan de cumplir los deseos de sus captores.
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2- Los delincuentes se presentan como benefactores ante los rehenes. De aquí puede nacer una relación emocional de las víctimas por agradecimiento con los autores del delito. Surge una dependencia emocional que le permite al secuestrado sentirse bien y hasta protegido.
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3- La pérdida total del control, que sufre el rehén durante un secuestro, es difícil de digerir. Se hace soportable en el que la víctima se trata de convencer a sí misma, ya sea por su propia voluntad, por ejemplo: se identifica con los motivos del autor del delito.
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Es interesante recordar que cuando los israelitas salieron de Egipto y conocieron el concepto de la autentica libertad, expresaron un sentimiento increíblemente de queja. Dijeron lo siguiente:
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El montón de gente extraña que se encontraba en medio de los Israelitas sólo pensaba en comer, y hasta los mismos israelitas se pusieron a quejarse. Decían: «¿Quién nos dará carne para comer?» ¡Cómo echamos de menos el pescado que gratuitamente comíamos en Egipto, los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos. Ahora tenemos la garganta seca, y no hay nada, absolutamente nada más que ese maná en el horizonte! (Numeros 11:4-6)
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Los israelitas se habían acostumbrados a ser esclavos, con tal de complacer momentáneamente la carne. Tenían una dependencia emocional y egoísta con sus captores. No es de extrañar, sus cerebros estaban acostumbrados a ese estilo de vida desde el nacer. ¡Cuanto les costo aprender el significado de la verdadera libertad y apreciar el regalo de Dios!
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Hoy, aunque no nos demos cuenta, vivimos en esclavitud global. Los ideales de igualdad, fraternidad y libertad son falsos. El hombre sigue más esclavo que nunca, y a través de formas muy sutiles. Solo basta con que observemos como vivimos. Ha sido comprobado que nosotros necesitamos varios metros cuadrados para poder desarrollarnos, cultivar la tierra y disfrutar sanamente de la vida. No obstante, de la misma forma en que a los esclavos de otras razas se les transportaba apiñados como animales en los barcos (segunda imagen), así los planificadores del sistema han diseñado las ciudades y poblaciones actuales. De la misma forma como existían poblaciones de trabajadores esclavos israelitas en la tierra de Gosen (Egipto), hoy millones de zonas aparecen como núcleos urbanos en donde los sacrificados esclavos modernos van y vienen todos los días desde su trabajo esclavizante a su hogar de esclavo.
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Si miramos con detenimiento la tercera imagen observaremos un campo de concentración de los Nazis. La cuarta imagen es una vista aérea de una típica población de ciudad. La organización y distribución de las casas y edificios es muy similar a la de los campos de exterminio. Ahora bien, los campos de concentración no eran simples lugares de ejecución masiva. Antes bien, existían un sin numero de labores y trabajos forzados que los prisioneros tenían que ejecutar de forma sistemática. Esto provocaba la muerte industrial y programada de los reos cada cierto espacio de tiempo, luego de haber entregado sus energías al sistema impuesto en el campo. Así, por ejemplo, cuando una prisionera había trabajado en recoger pelo humano o trabajar en las calderas, después de cierto tiempo al enfermarse ya no era útil y se le enviaba a la cámara de gas.
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Hoy, vivimos en gigantescos campos de concentración llamados ciudades, verdaderos laboratorios en donde vivimos apretujados como esclavos en unos cuantos metros cuadrados. Nuestros hogares son verdaderos barrancones de prisioneros en donde cada día tenemos que realizar el sofocante ritual de trabajar horas pesadas en trabajos explotadores a cambio de míseros sueldos de esclavos. Y de forma increíble, a una escala mayor de tiempo, al individuo se le desecha y elimina del sistema cuando deja de aportarle en la construcción de ladrillos modernos en sentido figurado. Se aplica la misma técnica de producción de los campos de concentración a una escala mayor, y por esto, muy pocos lo notan. Cuando ingreses a tu ciudad, nota como los peajes delimitan el acceso al campo de concentración moderno, el laboratorio gigante, la prisión llamada ciudad. Fíjate en el parecido de los accesos a los campos con el de las ciudades.
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No obstante, al igual que el síndrome de Estocolmo, algunos esclavos de antaño se volvían dependientes de la esclavitud e incluso la llegaban a amar, tal como les sucedió a algunos israelitas. Se conformaban con ese estilo de vida, y les era difícil de creer que Jehová les tenía algo mejor preparado. Algo realmente digno. No lo podían concebir en su imaginación. Porque debido a vivir toda una vida en la esclavitud, sus mentes se volvieron dependientes de los latigazos, solo conformándose con la rutina del trabajo diario, y al final del día, la entrega de los melones, las frutas y el llegar a la choza de esclavo para dormir.
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Hoy, casi toda la humanidad se encuentra en la misma condición. De hecho, al igual que en la antigüedad, hay tres niveles básicos de esclavos. El esclavo inferior y que vivía en las apretujadas poblaciones; el esclavo que podía ascender a capataz y que en su mente se decía a si mismo que dejaba de ser esclavo y se le entregaba una choza mas sólida; y el esclavo que era reclutado para trabajar con la clase superior (la autentica) como nodrizas, jardineros, etc. Tanto José cuando estuvo con Potifar como la madre de Moisés estuvieron por la providencia Divina en esta situación. No obstante, todos seguían siendo ESCLAVOS.
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Lamentablemente hoy algunos miembros de la hermandad han desarrollado una especie de Síndrome de Estocolmo. Han generado una dependencia emocional y psicológica nada aconsejable hacia este sistema. E incluso olvidan que son esclavos. Acceden a algunos beneficios materiales, llegan a tener un buen pasar, una casa mas cómoda, un mejor auto, envían a sus hijos a las universidades, pero olvidan que siguen siendo esclavos del sistema. En si esas cosas no son malas, pero pueden distraerlos de su realidad. Entonces crean la ilusión de que han subido de categoría y ya no son de la servidumbre. No obstante, la realidad muestra otra cosa. Y puesto que han nacido en este sistema, en la profundidad de sus mentes se resisten a la idea de que el Nuevo Mundo es mejor, de que Jehová tiene algo mejor. “No, esta lejano”, dicen. “No seas un alarmista, la liberación aun no será. Mejor es estar esclavo, que morir por la libertad en el desierto de la abnegación y austeridad”.
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Los dueños del sistema, los dueños de las trasnacionales que se juntan en las reuniones bilderberg para escuchar los informes de la cupula Illuminati masónica, si que viven prácticamente fuera de los núcleos urbanos en lujosas mansiones. Solo 1000 familias en el mundo podrían ser consideradas en esta categoría, con otros 150 en posiciones prominentes. Y en las ciudades hay esclavos de categoría de siervos que sueñan con imitarlos y ser como ellos. No obstante, olvidan que aunque tengan autos caros, siguen siendo esclavos.
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Solo cuando las buenas nuevas penetran en el corazón y apreciamos el rescate de nuestro libertador, ocurre la autentica libertad. La libertad del pecado, de la conciencia cautiva, y de la mente atrapada. Al predicar personalmente las buenas nuevas podemos lograr esa liberación en el prójimo, pero no caigamos en la trampa de tener el síndrome de Estocolmo en nosotros.
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Algún día, toda la humanidad estará libre en todo aspecto. Entonces se cumplirán estas palabras:
"también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios"- Romanos 8:21.

Mientras tanto, sigamos orando por la llegada de nuestro libertador.