jueves, 4 de noviembre de 2010

Crónicas de una tribulación grande

En el año 66 aparece la cosa repugnante. Los romanos llegan a socavar el muro del Templo. Parece cómo si se iniciara el fin. Pero todo cambia. El desolador se retira y todo vuelve a una aparente normalidad. Hay problemas y luchas intestinas,  pero aún no estalla la gran tribulación. Pasan rápidamente tres años y medio.  Los judíos y simpatizantes entran en Jerusalén a celebrar la Pascua en el 70 E.C. Los romanos esperan a que la ciudad esté llena, luego en pocos días colocan estacas que cercan la ciudad. Ya están todos atrapados. Cortan el suministro de agua y alimentos para obligar una rendición de los judíos. Se desata una gran tribulación al interior de Jerusalén que a los casi 5 meses se vuelve caótica al grado de existir canibalismo. Para agosto de 70 los romanos ingresan y destruyen la ciudad y el templo. Solo permanece en pie el muro de los lamentos.

Los días de esa tribulación fueron “acortados” en el sentido de que ésta situación afectaba a todas las zonas de Judea. Había daño colateral que repercutía en toda la provincia, fuera de los muros de Jerusalén. Durante el sitio de 70 E.C todo habitante de la provincia estaba siendo afectado por el estado de guerra imperante y por qué Jerusalén era un polo vital, una arteria principal en la existencia de toda la zona. El comercio (tal como leemos en los evangelios), la organización política y religiosa dependía en gran parte de los flujos de caravanas y gentiles, y judíos conversos de las naciones que atravesaban por Jerusalén tal cómo se observa en el relato de Hechos cuando se habla del Pentecostés. Si la tribulación sobre Jerusalén se hubiese extendido más de lo necesario “ninguna carne” se salvaría. La masacre, hambruna y caos se hubiese extendido más allá de la provincia de Judea. La situación se hubiera expandido fuera de Jerusalén y al parecer ya estaba ocurriendo. Judea ya comenzaba a ser afectada seriamente.

No olvidemos que Jesús había advertido que las personas de las regiones rurales y de otras provincias no tenían que entrar en Jerusalén. Al destruir la resistencia judía de Jerusalén en 70, esto significó un alivio para toda la provincia, incluso para los cristianos que habían huído de la zona de asedio (Jerusalén),  pero que ya estaban sufriendo los efectos colaterales de una gran tribulación que de no ser acortada se habría prolongado y extendido de forma terrible a toda la provincia.

En otras palabras, toda la zona de Judea estuvo bajo gran aflicción (incluso los cristianos fuera de Jerusalén pasaron necesidad por ésta razón), pero el foco de la destrucción primaria evidentemente estaba en Jerusalén. Los días de la gran tribulación de Jerusalén fueron “acortados” (no duró demasiado) por causa de “los escogidos” que estaban en las zonas circundantes. Es interesante que algunos estudiosos sostienen que en realidad la destrucción de Jerusalén liberaba a la iglesia cristiana para cumplir su destino como una religión universal destinada a todo el mundo.