En estos días cercanos al fin del sistema de cosas, es necesario no angustiarnos. En realidad la vida de muchos de nosotros está llena de dificultades, y a veces es insoportable. Quisiéramos que el alivio llegase pronto. Y es increíble: al observar a la gente y su conducta en general, parecen como si no se dieran cuenta de lo que está por pasar. De hecho, ya están sucediendo cosas, y la gran mayoría de la humanidad no lo capta.
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Pero, para los pocos que ya lo sabemos, es vital asegurar nuestra relación con Jehová Dios. El Salmo 91 comienza, con una invocación de permanecer en un lugar seguro; “secreto” implica un lugar de abrigo y protegido, a manera de escondite. Pero ese lugar no es un lugar físico. Está en tu super conciencia, en tu relación estrecha con Dios, en el interior de tu mismo ser.
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Cualquiera que more en el lugar secreto del Altísimo
se conseguirá alojamiento bajo la mismísima sombra del Todopoderoso. - Salmo 91:1
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Alguién que encontró el "lugar secreto"
se conseguirá alojamiento bajo la mismísima sombra del Todopoderoso. - Salmo 91:1
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Alguién que encontró el "lugar secreto"
La fe y confianza de Jesucristo en su Padre fueron siempre serenas y meditadas. Aun así, su comportamiento respecto a Dios nos recuerda siempre el de un niño que confía y se entrega ciegamente en los brazos de sus progenitores. Jesús de Nazaret amaba a su Padre y, en Él, a la Naturaleza y a la Creación. Era, os lo repito, como un niño que se siente seguro en el calor de su entorno familiar. El Universo era su casa. Todo le era familiar. Amaba la brisa, los animales y las estrellas porque todo ello es fruto del amor del Padre. Recordemos sus palabras: «Si el Padre vela por las aves del cielo, ¿cómo no va a hacerlo por vosotros, sus hijos?» Así cada día que amanecía, al sentir los tibios rayos del sol, la brisa, o la lluvia, se sentía en la manos del Padre. Sabía que éstos eran regalos amorosos de Dios al hombre, y que demostraban su amor por él.
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Fue esta seguridad implacable lo que le hacía valiente y audaz. Ciertamente, nadie le vio retroceder jamás ante un peligro o una amenaza. Y no porque el Maestro no fuera capaz de experimentar el miedo. Él era hombre. En las trágicas horas de su pasión y muerte, tembló y se encogió de dolor. Pero, ¿quién es el verdadero héroe? ¿Aquel que, aun sintiendo el miedo, resiste y se enfrenta a la adversidad o al peligro, o el que jamás conoció ese sentimiento? Jesús de Nazaret supo dominar siempre su temor porque jamás perdió la confianza en el Padre Celestial.
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En la calma o en la agitación, entre sus amigos o enemigos, él se sintió acompañado. Su vida, sus actos y pensamientos estaban en las manos del Todopoderoso. Él lo sabía y, al igual que el infante idolatra a su padre, así se abandonó a los designios de la voluntad divina.
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Si alcanzamos a comprender y a llevar a efecto esto, el mundo se maravillará ante nuestra templanza. Es por todo esto por lo que él dijo: «A menos que os hagáis como niños no entraréis en el reino de los cielos.» Para Jesús era mucho más importante que nosotros, sus discípulos, creyéramos en esa paternidad de Dios que en él mismo. Él no deseaba ni pretendía que venerásemos su figura, pero sí que compartiéramos y que hiciéramos nuestra su forma de creer y de confiar en el Padre.
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La caída de las naciones, el fin de una era, aun el fin del sistema, ¿qué tienen que ver todas estas cosas con el que cree en las buenas nuevas y que ha refugiado su vida al amparo del reino eterno? Nosotros que somos conocedores de Dios y creyentes en el evangelio, ya hemos recibido la certeza de la vida eterna. Solo debemos ser leales hasta el fin. Pero no debemos afligirnos en exceso por el fin de los tiempos. ¿Por qué?
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Puesto que nuestras vidas han sido vividas en el espíritu y para el Padre, nada puede ser una preocupación seria o angustia permanente para nosotros. Sabemos que nuestra vida es el don de Jehová, y que está eternamente segura en el Padre. Él nos cuida. Habiendo vivido la vida como residentes temporales por la fe y habiendo rendido los frutos del espíritu en forma de la rectitud que se manifiesta en servicio amoroso para con nuestros semejantes, podemos contemplar con confianza el próximo paso en la carrera eterna, con la misma fe de sobrevivencia que nos ha llevado a través de nuestra primera y terrenal aventura en la relación íntima con Dios. Esto nos abrirá las puertas hacia el Nuevo Mundo.
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Puesto que nuestras vidas han sido vividas en el espíritu y para el Padre, nada puede ser una preocupación seria o angustia permanente para nosotros. Sabemos que nuestra vida es el don de Jehová, y que está eternamente segura en el Padre. Él nos cuida. Habiendo vivido la vida como residentes temporales por la fe y habiendo rendido los frutos del espíritu en forma de la rectitud que se manifiesta en servicio amoroso para con nuestros semejantes, podemos contemplar con confianza el próximo paso en la carrera eterna, con la misma fe de sobrevivencia que nos ha llevado a través de nuestra primera y terrenal aventura en la relación íntima con Dios. Esto nos abrirá las puertas hacia el Nuevo Mundo.
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La relación íntima, confianza y seguridad ya ejercitada en Dios, marcará nuestra diferencia con el resto de la humanidad cuando todo la material y temporal se desplome. Ese es el secreto para poder aguantar y sobrevivir. Desde ya incrementemos nuestras oraciones para sentir su presencia y amoroso cuidado.