“Pero ¿verdaderamente morará Dios sobre la tierra? ¡Mira! Los cielos, sí, el cielo de los cielos, ellos mismos no pueden contenerte; ¡cuánto menos, pues, esta casa que yo he edificado!”—1 Reyes 8:27
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Los últimos estudios de la Atalaya han contenido gran discernimiento cósmico para ayudarnos a comprender la Mente de Dios. Han sido manantiales de agua que se abren paso en medio de toscas galerías de sistemas de pensamiento. El Padre se encarga para que cierta luz profunda de verdad alimente a sus Hijos. Podemos captar la esencia de gran profundidad de los últimos artículos. Reconozco abiertamente su gran beneficio. Al respecto comento algunas reflexiones sobre Dios.
«En cuanto al infinito, no podemos encontrarlo. No se conocen las huellas Divinas». «Su comprensión es infinita y su grandeza es inescrutable». La enceguecedora luz de la presencia del Padre es tal que para sus criaturas bajas él aparentemente «mora en la espesa tiniebla». No sólo son sus pensamientos y planes inescrutables, sino que «él hace innumerables cosas grandes y maravillosas». «Dios es grande; no lo comprendemos, ni puede contarse el número de sus años». «¿Habitará verdaderamente Dios en la tierra? Mirad, el cielo (el universo) y el cielo de los cielos (el universo de universos) no pueden contenerlo». «¡Cuán inescrutables son sus juicios e indescifrables sus caminos!»
Cuando Salomón dijo que ni siquiera el cielo de los cielos podía contener al Dios para el cual había construido un templo, dijo la verdad científica. Nuestra Tierra es una parte diminuta de un universo cuyos límites los científicos no pueden alcanzar ni llegar a ver ni siquiera con los más poderosos telescopios de hoy día. Aun así, este universo que todavía no ha sido medido no puede contener al Dios verdadero. No puede restringirlo o confinarlo. Lo que ya existe del universo actual, visto y no visto, puede ser sobrepasado por el Dios verdadero.
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Ninguna cosa es nueva para Dios, y ningún acontecimiento cósmico le resulta una sorpresa; él habita el círculo de la eternidad. Sus días no tienen principio ni fin. Para Dios no hay pasado, ni presente, ni futuro; todo el tiempo es presente en cualquier momento dado. Él es el grande y el único YO SOY.
De muchos modos, y de maneras desconocidas para nosotros y que escapan completamente a la comprensión finita, el Padre Clestial voluntaria y amorosamente condesciende y de otras maneras modifica, diluye y atenua su infinitud a fin de poder acercarse a las mentes finitas de sus hijos criaturas. Así pues, mediante una serie de distribuciones de personalidad que son cada vez menos absolutas, el Padre infinito consigue disfrutar de un contacto estrecho con las diversas inteligencias de los muchos dominios de su vasto universo.
Pablo dijo:
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"Porque por él tenemos vida y nos movemos y existimos, aun como ciertos poetas de entre ustedes han dicho: ‘Porque también somos linaje de él’".- Hechos 17:28. La expresión "por él" significa literalmente "en él", indicando que habitamos en el interior del gran Dios.
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He aquí la verdad —una verdad literal— de la enseñanza que declara que «en Él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser». Estamos en el interior de la Deidad pura del Padre Universal. Somos una parte de la infinidad de la Primera Fuente y Centro, el Padre de los Padres.
"¿Quién ha medido las aguas en el simple hueco de su mano, y ha tomado las proporciones de los cielos mismos con un simple palmo, y ha incluido en una medida el polvo de la tierra, o ha pesado con indicador las montañas, y en la balanza las colinas?" - Isaías 40: 12
Dios es tan inmenso que todos los universos los toma en el palmo de su mano. Literalmente estamos dentro de Dios como si fuésemos una célula diminuta en un organismo.
"¡Mira! Las naciones son como una gota de un cubo; y como la capa tenue de polvo en la balanza han sido estimadas. ¡Mira! Él alza las islas mismas como simple [polvo] fino. Ni siquiera el Líbano basta para que se mantenga ardiendo un fuego, y los animales salvajes de este no bastan para una ofrenda quemada. Todas las naciones son como algo inexistente delante de él; como nada y como una irrealidad le han sido estimadas".- Isaías 40:15-17
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Nuestros antiguos profetas comprendieron la naturaleza eterna, sin principio ni fin, la naturaleza circular, del Padre Universal. Dios está literal y eternamente presente en su universo de universos. Él habita el momento presente con toda su majestad absoluta y su eterna grandeza. «El Padre tiene vida en sí mismo, y esta vida es vida eterna». A través de las edades eternas ha sido el Padre quien «da a todos vida». Hay una infinita perfección en la integridad divina. «Yo soy el Jehová; yo no cambio». Nuestro conocimiento del universo revela no sólo que él es el Padre de las luces, sino también que en su dirección de los asuntos interplanetarios «no hay variabilidad ni sombra de mutación» como dijo Santiago. Él «declara el fin desde el principio». Él dice: «Mi parecer perdurará; haré todo lo que me complazca» «según el eterno propósito que me propuse en mi Hijo». Así son pues los planes y propósitos de la Primera Fuente y Centro como él mismo: eternos, perfectos y por siempre inmutables.
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Hay una finalidad de integridad y una perfección de plenitud en los mandatos del Padre. «Todo lo que Dios hace, será para siempre; nada se le puede agregar ni quitar». El Padre Universal no se arrepiente de sus propósitos originales de sabiduría y perfección. Sus planes son firmes, su parecer inmutable, mientras que sus acciones son divinas e infalibles. «Mil años delante de sus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche». La perfección de la divinidad y la magnitud de la eternidad están por siempre más allá de la plena comprensión de la mente circunscrita del hombre mortal.
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Tal vez parezca que las reacciones de un Dios inmutable, en la ejecución de su eterno designio, varían de acuerdo con la actitud cambiante y las mentes volubles de sus inteligencias creadas; es decir, que pueden variar aparente y superficialmente; pero debajo de la superficie y más allá de todas las manifestaciones externas, se mantiene presente el propósito inmutable, el plan sempiterno, del Dios eterno.
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Me parece fácil y agradable adorar a quien es tan grande e inmenso y al mismo tiempo tan afectuosamente dedicado al ministerio de elevar a sus criaturas humildes. Amo naturalmente a quien es tan poderoso en la creación y en su control, y sin embargo tan perfecto en la bondad y tan fiel en la amante benevolencia que constantemente nos envuelve. Pienso que amaría a Dios del mismo modo si no fuera tan grande y poderoso, puesto que es tan bueno y misericordioso. Todos nosotros amamos al Padre más por su naturaleza que en reconocimiento de sus asombrosos atributos.
Jehová es tan inmenso y nos ama y cuida más allá de todas nuestra cavilaciones diarias. Si el puede sostener gigantescas galaxias, soles y mundos, ¿acaso no podrá sostenernos en nuestra existencia diaria? ¿No se tornaría más agradable nuestra existencia, si nos entregásemos por completo a su amorosa voluntad? En la medida que venzamos la resistencia de nuestra mente a controlarlo todo, y le demos realmente la confianza de nuestra vida la Padre, jamás seremos realmente libres. Solo depende de nostros el sacarnos las toxinas de la mente y confiar cada día, cada amanecer en Abba Dios, un Padre que tiene todo en sus manos.
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El amor del Padre está con nosotros ahora y a través del círculo sin fin de las edades eternas. Al ponderar sobre la naturaleza amante de Dios, sólo hay una reacción razonable y natural de la personalidad: amar cada vez más a vuestro Hacedor; otorgar a Jehová Dios un afecto análogo al de un niño para con su padre terrenal; porque como un padre, un verdadero padre, un padre sincero, ama a sus hijos, así ama el Padre Universal y por siempre procura el bienestar de sus hijos e hijas creados.
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Pero el amor de Dios es un afecto paterno inteligente y previsor. El amor divino funciona en asociación unificada con la divina sabiduría y con todas las otras características infinitas de la naturaleza perfecta del Padre Universal.
Cada día podemos confiar y sentirlo, primero en la brisa, al mirar el océano de las estrellas, en la sonrisa de un niño, en los rayos del sol, en el aire y en el amor que mostramos y sentimos por él y los demás.