jueves, 24 de febrero de 2011

Un mensaje claro de la Biblia

El mensaje de la Biblia, como un todo, está contra el poner fe en cualquier organización terrenal, en cualquier grupo de individuos o en cualquier humano. El hacer esto sería poner en peligro la relación personal con Dios que las Escrituras sí inculcan. Al leer el registro de los tratos de Dios con la humanidad, se puede ver que Dios trataba regularmente con individuos—Abel, Noé, Enoc, Abrahán, Isaac, Jacob, Job y otros muchos.

Es probable que el modo más frecuente que se use en la literatura religiosa tienda a recurrir a la falacia de la falsa analogía sea al apelar a ejemplos en las Escrituras hebreas para dar apoyo al concepto de organización. Podemos recordar que en este tipo de falacia la analogía falla, no porque no existan similitudes, sino porque éstas no son suficientes para dar validez a la analogía misma. En realidad, en muchas de las aplicaciones que hacen las religiones para apoyar el Concepto de una institución,  las diferencias sobrepasan a las similitudes.
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El único ejemplo real que tenemos de “organización”, en el sentido en que la literatura de la Sociedad Watch Tower utiliza el término, es el establecimiento de la nación de Israel*. Sea cual sea la comparación que se haga con la congregación cristiana, es patente que el cristianismo marcó una ruptura con el pasado, que los tratos de Dios con sus siervos fueron puestos en una nueva perspectiva a través de Cristo, en una forma eminentemente superior y distintiva. Las "sombras" han dado paso a la realidad.

* Nota: Dado que el cristianismo primitivo no ofrece ejemplos claros para algunas situaciones (como la edificación de edificios de culto), se suele recurrir a ejemplos de las Escriuturas Hebreas para justificar algunas acciones que no realizaban los cristianos.

El tratar de establecer la relación de los cristianos con Dios y con Cristo sobre la base de analogías con el marco de operación de la nación de Israel, no es más apropiado que el equiparar el sacrificio de Cristo y lo que éste logró, con los sacrificios de animales efectuados en aquella época. La diferencia es mucho, mucho mayor que la similitud.
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Desde el principio de los tiempos Dios trató personalmente con los hombres de Fe. No se hizo a través de intermediarios humanos. Cuando leemos sobre Noé, Abrahán y muchos otros, ésto queda más que claro. Ahora bien, la Nación de Israel presenta más bien una advertencia que un ejemplo a seguir sobre el peligro de establecer Entidades que hagan de representantes de Dios en la Tierra.
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Nada ilustra de manera tan clara que la lealtad y la confianza en Dios no se puede delimitar dentro de una organización, como lo hace la historia de esa nación. Dios estableció un sacerdocio oficial para la nación, y más tarde, por solicitud del pueblo, estableció un reino humano, aunque dejando claro que la petición del pueblo por algún signo visible de gobierno equivalía a falta de fe en Él, el verdadero Rey. De hecho, no era la voluntad de Jehová que existiese un intermediario humano entre él y el pueblo. Dios sabía que eso podría traer consecuencias nefastas en el futuro.

Durante el transcurso de unos cinco siglos los reyes fieles en Judá fueron escasos, y estuvieron completamente ausentes en el posterior reino septentrional de Israel. De unos 24 reyes de Judá, sólo se describen de manera favorable en las Escrituras los reinados de seis, y aun esos están manchados con desviaciones de la voluntad divina. De modo similar, el sacerdocio no proveyó una guía consistentemente confiable para el pueblo, ya que los sacerdotes seguían frecuentemente a los reyes en sus desviaciones de la voluntad divina, y así contribuían a la degeneración de la adoración pura de Dios. No extraña la admonición del salmista:"No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna. Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos. Feliz es el que tiene al Dios de Jacob por ayuda suya, cuya esperanza está en Jehová su Dios" - Salmos 146:3-5
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La historia de esos cinco siglos demuestra que, a pesar de la existencia de una organización nacional y de un sacerdocio, Jehová continuó tratando con individuos que, en la mayoría de los casos, no tenían el favor de lo que pudiera llamarse la “organización” establecida.
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Jehová mantuvo tratos con David, aun cuando el cabeza de la organización, el Rey Saúl, hizo de él un proscrito de la organización. David escogió residir por un tiempo fuera de los límites de Israel, a tal punto que encontró más seguro vivir entre los filisteos paganos en Gat; sin embargo, Jehová continuó tratando con él.

Aparte de lo que escribieron David y Salomón, la mayoría de las otras Escrituras fueron escritas por hombres que no hacían parte de la estructura organizacional establecida, o que estaban en desavenencia con ella, y que eran vistos de manera desfavorable—profetas a quienes Dios levantó y que ni recibieron su asignación o instrucción de algún “conducto” organizacional, ni sometieron sus discursos y escritos a esa estructura para obtener un sello de aprobación. Estos hombres expresaron de manera abierta su disconformidad con aquellos que encabezaban y guiaban la estructura organizacional, tanto reyes como sacerdotes.

Por esta razón, estos profetas eran vistos de manera frecuente como alborotadores subversivos por la congregación de Israel. Ellos siguieron el consejo del Salmo 37 de “esperar en Jehová” en cuánto a no involucrarse en hechos injustos o violentos en venganza por las injusticias sufridas, dejando a Dios la ejecución de juicio sobre esa organización nacional y sus líderes extraviadores.

Pero tal “esperar en Jehová” era sólo en ese sentido, pues no se retrajeron de declarar abierta y públicamente las desviaciones de la Palabra de Dios en que incurría “la organización”. No sintieron obligación alguna de “seguir al paso” de la estructura organizacional y sus líderes en su derrotero equivocado, o de aceptar y apoyar su representación equivocada de la Palabra de Dios. Su lealtad a Jehová y a su verdad sobrepasaba la lealtad a cualquier sistema terrenal, incluso a uno establecido inicialmente por Dios, como lo fue la nación de Israel.
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Hoy, muchos se sienten orgullosos de apoyar a “la organización”, sin importar lo que ésta hace, lo que enseña o hacia donde lleva. En esto no tienen el apoyo de las Escrituras. En la congregación nacional de Israel, fueron los que sumisamente siguieron a los representantes organizacionales (reyes y sacerdotes) sin importarles qué o a dónde, los que fueron llevados a la adoración falsa, y su “lealtad” a los líderes organizacionales nacionales hizo que acusaran y persiguieran falsamente a hombres que eran inocentes de toda transgresión. Ellos veían a esos siervos concienzudos de Jehová como “contrarios al sistema o anarquistas”. (Esos relatos aparecen con claridad en la Biblia). Así, su lealtad a una organización los colocó en oposición a Dios. Esto representa una advertencia para nosotros hoy.
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Aunque la jefatura de reyes había cesado, la estructura oficial del sacerdocio todavía operaba en los días de Jesús. Sus sacerdotes todavía funcionaban ocupando la posición de representantes nombrados por Dios. Junto con ellos estaban los ancianos judíos, que les ayudaban a formar el más alto tribunal judicial de la nación. ¿Cómo afectó esta circunstancia al derrotero del hijo de Dios, Cristo Jesús? Él siguió un derrotero y habló de un modo que trajo sobre sí mismo la desaprobación y la oposición de esa estructura de autoridad y de sus más altos responsables, incluyendo al mismo sumo sacerdote. En realidad, fue lo que podía llamarse de manera justa el “cuerpo gobernante” de la organización nacional, el sumo sacerdote y miembros del Sanedrín, quien lo juzgó adversamente. Y fue a ese mismo “cuerpo gobernante” a quien los apóstoles dijeron más tarde: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. La posición que ellos adoptaron y el principio que enunciaron siguen siendo válidos hoy, y están en conflicto directo con el “seguir al paso” de una organización simplemente porque ésta alega hablar en nombre de Dios.
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El hacer de la lealtad organizacional el criterio para juzgar el cristianismo de cualquier persona es, pues, una clara perversión de las Escrituras. El urgir, incluso el insistir, que las personas pongan fe en algún sistema terrenal, carece totalmente de fundamento en las Escrituras. De la lectura completa de esos textos se ve claramente que lo que se nos llama a hacer es a poner fe en Dios, fe en su Hijo, fe en la Palabra de Dios tal como la escribieron aquéllos a quienes Él inspiró. Pero en ningún lugar se nos enseña a poner fe en hombres o en organizaciones terrestres, ni a seguir incuestionablemente su guía. Una fe así está fuera de lugar y lleva a graves consecuencias. La realidad de la historia resalta este hecho a través de todos los siglos, y nuestra época  no es una excepción. Lejos de estimular esa fe en hombres imperfectos, el registro bíblico completo es un recordatorio permanente del peligro inherente a esa clase de confianza.
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¿Y qué más puedo decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas.

Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones,

extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los extranjeros.

Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos. Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección.

Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles.

Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, oprimidos y maltratados.

Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas.