viernes, 20 de mayo de 2011

¿Habría reconocido usted al Mesías?

La fe cristiana no consiste en aceptar un conjunto de verdades teóricas sino en aceptarle a Cristo, creerle a Cristo y descubrir en él la última verdad desde la cual podemos iluminar nuestra vida, interpretar la historia del hombre y dar sentido último a esa búsqueda de liberación que mueve a toda la humanidad. El cristiano es, por tanto, un hombre que en medio de las diferentes ideologías e interpretaciones de la vida, busca en Jesucristo el sentido último de la existencia.
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Jesús de Nazaret fué poco apreciado en la nación de Israel, el pueblo de Dios. En realidad no tenía las "credenciales" que pedían al Mesías: No era de una familia próspera, su lugar de nacimiento no era ampliamente conocido, no era levita, no predicaba la derrocación de los gentiles opresores, era un humilde carpintero, etc.

"Y Natanael le dijo: ¿Puede algo bueno salir de Nazaret? Felipe le dijo: Ven, y ve" - Juan 1: 46. Este pasaje muestra el gran escepticismo inicial incluso de sus primeros seguidores. Galilea era una región semipagana, despreciada por muchos judíos. Sospechas se cernían sobre el hombre de Nazaret: "demonio tiene" se escuchará más tarde.
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Hoy, millones de Cristianos se "rasgan las vestiduras" afirmando que son leales seguidores de Cristo, pero posiblemente en el siglo I, lo habrían considerado un Falso Profeta, un Apóstata de la religión Judía. Es posible que uno mismo, influído por la opinión popular y los prejuicios, y por ver algo que no cumple las expectativas bíblicas, habría llamado "Falso" a Jesús.
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Jesús no es un sacerdote judío. No pertenece a la alta clase sacerdotal de Jerusalén ni a las modestas familias de la tribu de Leví que se ocupan del culto judío. Jesús es un laico, un seglar dentro de la sociedad judía (Hb 7: 13-14). Sin embargo, se atreve a criticar la actuación de los sacerdotes que han convertido la liturgia del templo en un medio de explotación a los peregrinos (Mc 11: 15-19) y su despreocupación a la hora de acercarse a los hombres verdaderamente necesitados de ayuda (Lc 10: 30 - 37 ).

Jesús no es un saduceo. No pertenece a esos grupos representantes de la alta aristocracia judía que adoptaban una postura conservadora tanto en el campo político como religioso. Por una parte, colaboraban con las autoridades romanas para mantener el orden establecido por Roma que, de alguna manera, favorecía sus intereses. Por otra parte, rechazaban cualquier renovación en la tradición religiosa y cultural del pueblo. Jesús es un hombre de origen modesto, que camina por Palestina sin un denario en su bolsa, y que ha vivido muy alejado de los ambientes saduceos. Su libertad frente a las autoridades romanas y su enfrentamiento cuando se oponen a su misión (Lc 13: 31-33) no recuerda la diplomacia saducea. Por otra parte, Jesús ha rechazado la teología tradicional saducea (Mt 22: 23-33).

Jesús no es un fariseo. Los fariseos constituían un grupo no muy numeroso(quizás unos 6.000) pero muy influyente en el pueblo. Muchos de ellos pertenecían a la clase media y vivían formando pequeñas comunidades, evitando el trato con gente pecadora. Se caracterizaban por su dedicación al estudio de la Toráh, su obediencia rigurosa a la Ley (sobre todo el sábado), la observancia de prescripciones rituales, ayunos, purificaciones, limosnas, oraciones, etc. Jesús ha vivido enfrentando a la clase farisea adoptando un estilo claramente antifariseo. Se mueve libremente en ambientes de pecadores, dejándose rodear de publicanos, ladrones y gente de mala fama. Condena con firmeza la teología farisea del mérito, de aquellos hombres que se sienten seguros ante Dios y superiores a los demás (Lc 18: 9-14). Critica su visión legalista de la vida y coloca al hombre no ante una Ley que hay que observar, sino ante un Padre al que debemos obedecer de corazón (Mt 5: 20-48). Rechaza violentamente la hipocresía de aquellos hombres que reducen la religión a un conjunto de prácticas externas a las que no responde una vida de justicia y amor (Mt 23).

Jesús no es un terrorista zelota ni ha tomado parte activa en el movimiento de resistencia armada que ha ido cobrando fuerza en el pueblo judío en su intento de expulsar del país a los romanos y establecer con la fuerza armada el reino mesiánico. Jesús ha vivido en ambientes en donde se respiraba esta esperanza. Además su libertad y su actitud crítica ante las autoridades (Lc 13: 32; 20:25; 22: 25-26), ante los ricos y poderosos (Lc 6: 24-25; 16: 19-31), y sobre todo, el anuncio del Reinado de Dios hizo posible que fuera acusado de revolucionario. Pero, Jesús no ha participado en la resistencia armada contra Roma. No ha pretendido nunca un poder político-militar. Su objetivo no era la restauración de la monarquía davídica y la constitución de un nación judía libre bajo el único imperio de la Ley de Moisés. Su mensaje rebasa profundamente los ideales del zelotismo.
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Jesús no es monje de Qumrán. No pertenece a esta comunidad religiosa que vive en el desierto, a orillas del Mar Muerto, separada del resto del pueblo, esperando la llegada del reino mesiánico con una vida de observancia rigurosa de la Ley, ayunos y purificaciones rituales. Jesús no vive retirado en el desierto como Juan el Bautista. Sus discípulos no ayunan (Mc 2:18). Jesús participa en banquetes con gente de mala fama (Mt 9: 10-13). No ha querido organizar una comunidad de gente selecta, separada de los demás. Su mensaje está dirigido a todo el pueblo, sin distinciones. Incluso, se siente enviado a llamar especialmente a los pecadores (Lc 5: 32). Aunque el hallazgo de los manuscritos de Qumran en 1947 nos ha descubierto grandes semejanzas entre esta comunidad judía y las primeras comunidades cristianas, debemos decir que la postura de Jesús ante la Ley, la primacía que concede al amor y al perdón, su predicación del Reino de Dios y su cercanía a los pecadores lo distancian profundamente del ambiente que se respiraba en Qumran.

Jesús no es un rabino aunque algunos contemporáneos lo hayan llamado así. Jesús, sin una sede doctrinal fija, rodeado de gente sencilla, pecadores, mujeres, niños  no ofrece la imagen típica del rabino de aquella época. Ciertamente Jesús no es un rabino dedicado a interpretar fielmente la Ley de Moisés para aplicarla a las diversas circunstancias de la vida. Por otra parte, Jesús habla con una autoridad desconocida, sin necesidad de citar a ningún maestro anterior a él, e, incluso, sin apelar a la autoridad de Moisés. La gente era consciente de que enseñaba “como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1: 22).

Jesús de Nazaret parecía un hombre no ligado a ninguna organización religiosa de sus días, aunque era profundamente religioso y el mayor adorador de Dios en la Tierra. No pertencía a un grupo esquematizado, pero su fraternidad tenía abiertas las puertas para todos: Mujeres, Hombres y Niños de toda la humanidad.

Ciertamente Jesús parecería alguién raro, alquién que no encaja incluso con la interpretación carnal de ciertas profecías. El libro de Daniel y los Salmos aludían a ese reinado. El no era a simple vista el Hijo del Hombre que derribaría los reinos de los gentiles. Los judíos esperaban ansiosos la manifestación inmediata del Reino. La visión "espiritual" de una hermandad universal, no era algo exitante, parecía incluso blasfemo, extraño. Jesús no era el tipo de Mesías que los judíos esperaban.

Para que usted se ponga en carne propia de esa gente, es como si a usted finalmente se le mostrara que los resucitados no aparecerán en la Tierra, y usted dijera que la Biblia sí lo dice. Pues bien, para los judíos la Biblia sí decía que Dios haría que su Mesías "tendría a todos sus enemigos bajo sus pies". Entonces, para un judío, "sería evidente que Dios lo haría ahora con los romanos". "Sí Jesús no lo va a hacer, entonces él no es el Mesías, sino que es un impostor". Ese era el razonamiento.

Sí, era muy díficil haber aceptado a Jesús. Lo único que podría hacer la diferencia, es que con el corazón, sintiéramos el "perfume" de su verdad. El prestar atención a sus "dichos", el "sentir" su mensaje y haber dejado que hubiese calado en nuestro ser, sería lo único que nos habría acercado a él.

Pero el conflicto interior siempre es inevitable. Le ocurrió a los apóstoles y otros como Nicodemo también tuvieron que experimentarlo. Algunos no lo soportaron como Judas Iscariote, pero otros lograron "renacer". Hoy, quienes deseen regresar a su mensaje primigenio, también experimentarán dicho "conflicto" interno temporal. Por eso él dijo:

"No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada" - Mateo 10:34.