El punto tocado en la entrada anterior sobre la revelación está hecho en el contexto de la información exterior, no en el contexto de la revelación interior. La revelación interior es un tema que ha sido tocado por todos los grandes Maestros espirituales de la Tierra; y a saber son recordatorios de AMOR.
Dios nos ha seguido enviando los mismos mensajes una y otra vez, a lo largo de los milenios y a cualquier rincón del universo en donde la humanidad se encuentre. Él sigue enviando infinitamente Sus mensajes. Esos mensajes pueden venir bajo un centenar de formas, en canciones, películas, libros, en miles de momentos, durante miles de años. No podemos pasarlos por alto si realmente los escuchamos. No podemos ignorarlos una vez los hayamos oído verdaderamente. De este modo nuestra comunicación con Dios empezará en serio, ya que en el pasado únicamente al Padre le hemos hablado, le hemos rezado, hemos intercedido ante Él, le hemos suplicado. Pero Él entonces podrá respondernos.
La cuestión consiste en discernir. La dificultad estriba en saber la diferencia entre los mensajes de Dios y los que proceden de otras fuentes. Esta distinción resulta sencilla con la aplicación de una regla básica:
Nuestro Pensamiento más Elevado, Nuestra Palabra más Clara, Nuestro Sentimiento más Grandioso, son siempre de Dios. Todo lo demás procede de otra fuente.
Con ello se facilita la labor de diferenciación, ya que no debería resultar difícil, ni siquiera para el principiante, identificar lo más Elevado, lo más Claro y lo más Grandioso.
No obstante, hay algunas directrices:
El Pensamiento más Elevado es siempre aquel que encierra alegría. Las Palabras más Claras son aquellas que encierran verdad. El Sentimiento más Grandioso es el llamado Amor.
Alegría, Verdad, Amor.
Los tres son intercambiables, y cada uno lleva siempre a los otros. No importa en qué orden se encuentren.
Una vez determinado, utilizando estas directrices, qué mensajes son de Dios y cuáles proceden de otra fuente, lo único que falta es saber si Sus mensajes serán tenidos en cuenta.
La mayoría de los mensajes no lo son. Algunos, porque parecen demasiado buenos para ser verdad. Otros, porque parece demasiado difícil seguirlos. Muchos, debido simplemente a que se entienden mal. La mayoría, porque no se reciben o no se escuchan en el interior.
El Padre Nunca abandona a sus criaturas. E incluso cuando El "habla" en esas ocasiones difíciles para nosotros, lo hace como susurros claros a nuestro interior. Jamás nos deja. Siempre nos observa y nos acompaña en silencio. ¿Quién crees que te empuja hacia la bondad? ¿Quién mueve tu corazón hacia la compasión? ¿Quién imaginas que levanta tu decaído ánimo? ¿Quién fortalece tu alma ante la adversidad? ¿Quién te hace sabio y justo? ¿Quién llena tus soledades? ¿Quién es esa voz interior, cauta y dócil, que jamás yerra en sus apreciaciones? Nada hay más agradable y sosegado que amar y confiar en su Espíritu que te inunda. Nada más placentero que saberse habitado y protegido por su infinita sabiduría. El mundo se tornaría dulce y acogedor si las criaturas del tiempo y del espacio descubrieran el gran secreto que forma parte de su patrimonio. Ahora, ¿No te das cuenta, que, ante las adversidades, o el desamor y la soledad, siempre resurge, vez tras vez, el Amor, la Verdad o la Alegría?
Aún es mucho el vacío espiritual que debemos colmar para intentar comprender a Dios en plenitud. Pero, desde el instante mismo de nuestra creación, Él ha dispuesto ese puente que suaviza y nos ayuda en la espera. Si levantamos los ojos del espíritu hacia los cielos comprobaremos maravillados cómo su mano nos cubre eterna y misericordiosamente. En la desolación, en la angustia, en las tinieblas de las rebeliones, en la decepción, en nuestro fracaso o en el fracaso de los demás, siempre aparece una esperanza u otro ser humano que comparte nuestra tristeza y que se siente identificado con las más íntimas de nuestras aspiraciones o aflicciones.
O si aquello no sucede inmediatamente así; Él nos habla, tal como dije antes, a nuestro interior, y nos ayuda en el fragor de la batalla de la soledad y de la desesperación, serenando nuestro espíritu. Por eso, aprendamos a escuchar su Voz... Abramos nuestros sentidos y corazón, y procuremos escucharle y sentirle en silencio. Si no lo has logrado, aprende poco a poco a hacerlo.
También Él nos empuja al Amor y a la compasión, a la generosidad, y a la bondad, tal como he dicho. Nunca olvidemos que la experiencia de amar, en gran medida, es una respuesta directa a la experiencia de ser amado. Y Dios nos Ama, aunque en las cortas fronteras de nuestro intelecto o percepción no lo captemos, o dudemos; pero el Padre nos manifiesta un Amor que nos sostiene ahora mismo, aunque no nos demos cuenta de ello. Por eso, quienes experimentan Amor, experimentan a Dios. La próxima vez que tu corazón se sienta movido a tus más nobles sentimientos, pensamientos, o palabras, detente, y siente: ese ES DIOS, obrando a través tuyo y comunicándose contigo. Cuando por fin lo veas y sientas con tus ojos interiores, te maravillarás y te estremecerás, y poco a poco, tal como lo haces ahora, empezarás a estrechar tu comunicación con Él, y crecerás junto a Él para siempre. El te traerá los pensamientos, palabras o sentimientos exactamente apropiados; y en un determinado momento tú sabrás que vienen de ÉL.