sábado, 13 de agosto de 2011

La crisis acelera el nuevo orden global

Los problemas económicos en EE.UU. y en la UE cambian el equilibrio de poder mundial
Por Juan Landaburu  | LA NACION


 
Insólita escena en la noche de Manhattan: conmoción por la rebaja de la nota de crédito norteamericana. Foto: AFP 
 
El siglo XXI, se repite hasta el hartazgo, será de Asia. La pregunta es cuándo los centros de gravedad del poder de Oriente se convertirán en un contrapeso real de los de Occidente. La respuesta parece ser: antes de lo que muchos pensaban.

La crisis de la deuda que podría hipotecar el futuro de una generación entera de norteamericanos y europeos, que por primera vez en la historia degradó la nota de crédito de Estados Unidos, está acelerando la conformación de un nuevo equilibrio del poder mundial a favor de los países emergentes, en especial, de China.

Aún bajo los efectos de la crisis que en 2008 sacudió los cimientos de la economía, el mundo asiste a un escenario cada vez más multipolar, en el que el dólar como moneda de referencia está en declive, y donde el intervencionismo estatal gana terreno por sobre las políticas de libre mercado que caracterizaron las últimas décadas del siglo XX.

"El péndulo del poder global en los últimos 30 años se ha movido de Occidente a Oriente, en favor de China, la India, Japón, Corea del Sur y otros países asiáticos, y hacia Brasil. La hegemonía de Europa y Estados Unidos ha comenzado a declinar, es evidente", dijo a LA NACION Peter J. Coughlan, profesor de Etica Global en la London University.

Ese declive se hizo más patente que nunca en las últimas semanas, tanto de un lado como del otro del Atlántico. La credibilidad de Estados Unidos y el liderazgo de Barack Obama se vieron resentidos por el interminable (y para algunos impresentable) debate en el Congreso, que dejó al país al borde del default por primera vez en su historia.

Con limitadas perspectivas de crecimiento, la mayor economía del mundo se pregunta ahora cómo hará para pagar las pensiones de los baby boomers que apuntalaron la expansión durante la posguerra. Será una pesada carga para los más jóvenes, en un país cuya deuda per cápita ya supera los 34.000 dólares.
En Europa las cosas no están mucho mejor. Los economistas ya hablan de una "generación perdida", en momentos en que Italia y España se encuentran al borde del abismo y se multiplican los planes de ajuste. En algunos países, el desempleo juvenil alcanza el 40%, y la presión demográfica que supone el envejecimiento de la población es aún más grave que en Estados Unidos.

Se estima que el peso europeo en la producción mundial se reducirá de un 21% hoy a un 5% en 2040. "¡Una división por cuatro en apenas una generación! Si eso no es declinar...", señaló el Nobel de Economía Robert Fogel. "Las causas son conocidas: demografía, división y déficits. Ninguna de las grandes innovaciones de estos años -el automóvil híbrido, el iPhone o, en otro género, la película Avatar - nació en Europa", añadió.
Nadie lo hubiera pensado, pero la impresión de muchos es que el Primer Mundo amenaza con desplomarse, que asistimos a lo que podría ser la segunda caída del imperio de Occidente. Y hay un denominador común entre las crisis de Estados Unidos y Europa: la política .

Los sistemas políticos que sirvieron de marco para la era de la expansión económica no están ofreciendo las respuestas esperadas para tiempos de recesión . Si el fin de la Guerra Fría significó para muchos el triunfo de la democracia, ahora, a la luz de la crisis financiera, algunos discuten la eficiencia del Estado liberal democrático tal como lo conocemos.

"Europa transmite al resto del mundo principios y valores más nobles que los que vienen de otras regiones del mundo. El debilitamiento económico y político de la Unión Europea atenúa la fuerza de esa influencia positiva", señaló, preocupado, el analista internacional venezolano Moisés Naím.

Este debate queda más expuesto ante el desafío que implica el autoritario régimen chino, merecedor de apenas tibias críticas por parte de los líderes mundiales. Mientras los congresistas norteamericanos juegan con la reputación de su país y los líderes europeos no logran ponerse de acuerdo para salvar el euro, el compacto Partido Comunista Chino atrae los flashes con la inauguración de obras faraónicas y con sus éxitos económicos.

"China es una dictadura y eso es malo, pero a veces las dictaduras tienen su costado virtuoso. Las empresas chinas se expanden al mundo siguiendo el plan estratégico del gobierno chino. En Estados Unidos eso no sucede", dijo a LA NACION Carlos Escudé, investigador principal del Conicet y director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad del CEMA.

La percepción global es que el ascenso de China es imparable. Un estudio del Pew Research Center publicado dos semanas atrás revela que en 15 de los 22 países en los que se realizó la encuesta la gente cree que China ya superó o superará en el corto plazo a Estados Unidos como la primera potencia mundial.

"La posibilidad de que Estados Unidos deje de ser la mayor potencia forma parte ya del imaginario colectivo y del discurso político norteamericano", dijo Daniel W. Drezner, experto en política internacional de la Fletcher School de Massachusetts.

Buena parte de la percepción que tiene el mundo sobre el liderazgo chino está asociada a su imponente crecimiento económico, que contrasta con las penurias norteamericanas. "China se está consolidando como el gran financista del desarrollo mundial, a través de la inversión y la compra de deuda soberana. Estados Unidos, en cambio, pasó a ser la primera potencia hegemónica de la historia que necesita financiación externa", explicó Gonzalo Gómez de Bengoechea, de la escuela de negocios de la Universidad de Navarra.
Hoy, China es el mayor prestamista externo de los Estados Unidos, con un total de 1,4 billones de dólares de sus bonos de deuda, y sus economías son cada vez más interdependientes. "El crecimiento chino tiene una falla, que es su dependencia de Estados Unidos", explicó José Botafogo, presidente del Centro Brasileño de Relaciones Internacionales.

Este crecimiento supone, además, que los países emergentes dependerán cada vez menos de las potencias occidentales para exportar sus productos. Con miles de millones de personas incorporándose cada día a la clase media en China y la India, la demanda interna podrá reemplazar a esos consumidores que se esfuman al otro lado del globo.

¿Qué significa todo esto para Occidente? Que no sólo sus habitantes deberán acostumbrarse a vivir con menos, sino que sus dirigentes deberán repensar sus sistemas productivos si quieren evitar una larga decadencia. Aunque no esté en juego el liderazgo de Estados Unidos, el mundo tras la caída de Lehman Brothers impone nuevos desafíos a todos.

"Todas las instituciones creadas en el mundo de la posguerra, que fueron diseñadas por los países aliados, están en crisis. Pero todavía es temprano para aventurarse a asegurar cuál va a ser la nueva forma que adquirirá la estructura de distribución de poder internacional", concluyó Valls.